La basílica de Santo Spirito es uno de los lugares más sugestivos de Florencia. Se encuentra en el margen izquierdo del río Arno. Fue proyectada por Filippo Brunelleschi. Desde sus orígenes ha sido regentada por los frailes de la Orden de San Agustín. En su interior se encuentran obras de los artistas florentinos más famosos. La principal entre todas ellas, es el Crucifijo de madera, de Miguel Ángel.
La basílica presenta uno de los itinerarios más fascinantes de todas las iglesias italianas. En su interior se puede se puede percibir la belleza fruto de los artistas florentinos más célebres, y no solo. Uno de los que más ha contribuido a la majestuosidad de la iglesia fue Miguel Ángel, quien durante el período de estudios de juventud, pudo contemplar el esplendor del templo, hasta el punto de encontrar en él la inspiración para una de sus obras más significativas, el Crucifijo de madera. La vida agustiniana que conoció le abrió las puertas de la mente y del alma favoreciendo su crecimiento espiritual y cultural. Apenas cruzado el umbral de la entrada la mirada se llena de asombro. Observando la arquitectura renacentista, con las columnas de piedra serena decoradas con capiteles corintios, la naturaleza y la estructura encuentran su perfecto equilibrio. Transmiten sensación de libertad y de paz las bóvedas baídas, o de pañuelo, capturando la mirada del visitante dentro de la perspectiva, sobria y armoniosa, junto con el espacio visual que parece dilatar las dimensiones de las naves. La arquitectura de Brunelleschi no limita la linealidad de la observación: los ejes y la perspectiva permiten que sea el observador quien pueda recorrer el espacio libremente hasta fundirse con el ambiente. Hacer un recorrido propio deja espacio libre a la subjetividad; esta particularidad de la estructura propicia que el visitante pueda vivir cada vez una experiencia distinta.
Las obras de arte de la Basílica de Santo Spirito
El itinerario que se propone comienza en la nave derecha. El recorrido nos sumerge en el conocimiento y la espiritualidad bajo la insignia de artistas como Pier Francesco Foschi, Jacopo Sansovino, Giovanni Baratta y otro muchos. El alternarse de los cuadros, la decoración de mármol y de bajorrelieves de admirable ejecución de los distintos altares nos acompañará durante todo el recorrido. El lado derecho del crucero alberga ocho capillas colocadas según esquema arquitectónico clásico, dos en cada lado menor y cuatro en el lado largo. A primera vista resalta la capilla Nerli, la tercera siguiendo el recorrido. El retablo de la familia Nerli (Virgen con el Niño y los santos Juan Bautista niño, san Martín y santa Catalina de Alejandría), obra de Filippo Lippi, contiene sobre el fondo una vista panorámica del histórico barrio de san Frediano; es, sin duda, una de las obras más famosas de la basílica. Siguiendo adelante, encontramos una de las capillas más solemnes de la basílica, la de las familias Frescobaldi, Cini y Dainelli de Bagnano. En su interior se encuentran el retablo de la adultera con Cristo y el retrato de la familia de Bagnano en la predela. El frontal es del siglo XVI, y la vidriera, de finales del Cuatrocientos. En la parte alta izquierda hay un espacio enrejado del Setecientos desde el cual los marqueses Frescobaldi podían participar en la liturgia desde su palacio privado adosado a la iglesia, sin ser vistos por los fieles. Al lado izquierdo de la cúspide de la cruz descubrimos la Capilla Corbellini, que muestra toda el refinamiento y el virtuosismo de Andrea de Sansovino uniendo arquitectura y escultura.
Elegantes pilastras, decoradas con candelabros entre tres hornacinas, recuerdan a los arcos de triunfo romanos. La hornacina central alberga un sagrario en forma de templete, en cuya puerta se representa a Cristo resucitado en bajorrelieve. En las laterales se pueden ver las estatuas de San Mateo y de Santiago y sobre ellos sendos tondos, en uno ve el Arcángel Gabriel y en el otro la Anunciación a la Virgen María. El recorrido por la basílica se concluye en la nave lateral izquierda, que recoge las obras de artistas de la altura de Michele di Ridolfo del Ghirlandaio, de Taddeo Landini y de Pier Francesco Foschi, con el cual finaliza la visita.
El monumental complejo de Santo Spirito ofrece, además, un recorrido agustiniano, espacio museístico exclusivo. La puerta de ingreso se halla bajo el órgano, que con sus melodías sacras impregna el ambiente sugestivo de la basílica e inunda el acceso al vestíbulo de la sacristía.
El recorrido museístico agustiniano de Santo Spirito
El itinerario agustiniano comienza entrando en el vestíbulo, que conserva un preciado techo realizado en casetones por Andrea Sansovino en 1491. Desde ahí ya se ve la sacristía. Basta una mirada rápida para ser capturado por la sencillez arquitectónica que llena la mente y el espíritu con una sensación de paz. La planta octogonal y la decoración en piedra serena y el enlucido reflejan el talento del arquitecto Giuliano da Sangallo. El estilo renacentista amplia la percepción de los espacios: si bien el espectador se encuentra en una sala reducida, la sensación de estrechez que pudiera ocasionar la cercanía de las paredes, casi desaparece. Las pilastras que sostienen el octágono no cansan al espectador, sino que lo sorprenden en cada mirada con los capiteles corintios y sus escenas distintas entre sí. Aquí se encuentra una de las obras que mayor gloria dan al complejo monumental de Santo Spirito. Se trata del Crucifijo en madera del joven Miguel Ángel. Si bien la obra presente una imagen grácil e indefensa ante el drama del martirio y de la muerte, la ubicación dentro de la sacristía le otorga un estado de grandiosidad y de esplendor, como si formara parte de la estructura. Su centralidad la convierte en columna que sostiene el espacio: Cristo, sometido a la pena del martirio, queda liberado de todo reduccionismo y colocado en el centro de la sacristía, a media altura, como si fuera casi una aparición, dispuesto a relacionarse con quien confía en Él.
El recorrido termina en el Claustro de los muertos, nombre que recibe por la gran cantidad de lápidas mortuorias que cubren las paredes. Tiene forma cuadrangular, con siete arcos de medio punto en cada lado, sostenidos por fuertes columnas cuadradas que se prolongan hacia la segunda altura en forma de pilastras, las cuales a su vez encuadran las sucesivas ventanas. A cada arcada corresponde una luneta en las paredes, decoradas en el Setecientos por varios artistas. La belleza del lugar, sin embargo, no se limita a lo que los ojos ven. En un determinado momento, una cierta ceguera inunda el alma y entonces se descubren infinitas relaciones que rompen la soledad. La mirada no es suficiente para comprender el sacro lugar que se tiene delante; el cuerpo y el alma deben dejarse llevar para tomar mejor conciencia de un recinto que supera el tiempo. Aquí el alma busca la paz de cada momento lejos del ajetreo de la vida cotidiana.